De “pibe chorro” a poeta; de César González a Camilo Blajaquis; de “Todo Piola” a su primer libro de poesía... ¿Irá, por este camino, de canillita a campeón? En realidad, no lo sabemos, pero tampoco nos interesa adónde “llegue”, porque como dicen que dijo Don Quijote, lo importante es el camino, no la posada. Lo conocí cuando César estaba alojado en el Instituto Correccional de Menores Agote cumpliendo una pena por delito grave, y explicaba en una entrevista cómo la literatura política —en la que se inició leyendo nada menos que a Rodolfo Walsh y a Jorge Masetti— le salvó la vida. Comenzó a escribir adoptando el seudónimo de Camilo, en homenaje a Camilo Cienfuegos, el comandante cubano compañero del Che, y Blajaquis, como recuerdo de uno de lo militantes sindicales asesinados en Avellaneda, hecho narrado en ¿Quién mató a Rosendo? Por mi parte —nobleza obliga confesar—, lo que más me impactó en esa oportunidad fue ver la ilustración de la publicación de la entrevista consistente en una fotografía de César en la biblioteca del Penal, con mi libro Los Perros en sus manos; porque esa fotografía de Camilo Blajaquis leyendo uno de mis libros más apreciados supera cualquier satisfacción, me hizo sentir que valió la pena escribir y editar ese libro sólo para eso, para que lo leyera un joven víctima de la injusticia social, quien además, afirma que la literatura lo rescató para la vida. “Con Camilo estamos frente a una gran riqueza de vocabulario y destreza expresiva, por suerte libre de prejuicios ideológicos y sí, en cambio, llena de carga de vida, de la profundidad que otorga la experiencia del cuerpo que desbroza día a día el camino de la conciencia de su capacidad de poder hacer. Aquí están sus versos, de los que no puedo dar opinión literaria específica porque no poseo conocimientos estéticos ni autoridad intelectual sobre ese tema. En cambio, los invito a ver y leer la obra, advertidos de que se trata de alguien que recién se inicia y, técnicamente, tendrá las inevitables limitaciones de todo inicio, pero con tal fuerza expresiva y descriptiva del dolor que nos lo hace sentir en carne viva; con esa tan difícil transmisión de la angustia existencial, con semejante carga de pasión de vida, que al leerlo uno siente que eso se logra sólo cuando la palabra escrita es literatura”. (del prólogo de Luis Mattini)
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