sábado, 30 de abril de 2011

Adios, don Ernesto

"La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse" Sabato


Adiós Don Ernesto.

Fue en los años 70. Yo era una adolescente con pretensiones de escritora y buena lectora.
Leía de todo. Desde novelas, hasta teatro, filosofía, historia, ciencia. Mi necesidad de leer era muy fuerte para esa edad. Me interesaba el saber. Creo que desde mi niñez supe que el conocimiento siempre me daría seguridad.
En esos años no tenía un autor de mi preferencia. Leia a todos por igual. Podía disfrutar a Mishima como a José Ingenieros. Pasar de Oscar Wilde a Edgar Allan Poe. De Ibsen a Platón. Los disfrutaba, algunos los releía, y si bien algunos ya estaban dentro de mi corazón, no habían logrado estremecer esa parte de mi ser que me permitiera sentirme casi el personaje de la acción.
Entonces conocí su obra.
Un día, en la escuela, una compañera nos hablo de “Sobre Héroes y Tumbas”.  Su hermano mayor se lo había pasado para que lo leyera. Nos dijo que teníamos que leerlo, que era magistral. Y como una necesidad adolescente nos advirtió que no podíamos comentarlo en el colegio porque no estaba permitido.
Esa fue la llave que nos llevo a todos  a buscar ese libro.
En esa época las madres se dedicaban a comprar los materiales de estudio para nosotros, así que dije que lo necesitaba para el colegio y salimos por las librerías a buscarlo.
Claro, los vendedores no entendían eso de “un texto para el colegio”, pero no dijeron nada  y por suerte las madres siempre creen en las palabras de los hijos.
Era víspera de nuestras vacaciones de invierno y ese libro iba a ser mi lectura de esas dos semanas. Cuando mi mamá vio el  libro, con muchas páginas, supuso que me llevaría todas las vacaciones leerlo.
Así partimos rumbo a la costa. Yo con mi libro, que si no recuerdo mal la tapa era de color rosado o similar, con un papel áspero y letras pequeñas.
Mi paseo favorito era irme a la playa a leer. Todavía me veo a mi misma con el tapado azul de paño, sentada en la playa o en los médanos, leyendo a Sabato.
Aún hoy recuerdo a Alejandra y a Martín, los protagonistas de la historia. Esperándose en una plaza, dibujando la historia con una ramita de árbol seco. Cuando veo las hormigas en mi jardín, mi memoria me remonta a ellos en la plaza. Todavía me imagino la casa donde vivía Alejandra, la misma que ella incendio.
El “Informe sobre Ciegos” impacto tanto en mi espíritu que durante años me estremecía de solo pensar en el. En esas sectas que se movían en mundos subterráneos.
Cuando termine la novela todavía quedaban días de vacaciones y yo no tenia libro para leer. Pero quería leer “El Túnel”, su obra anterior. La única librería abierta en esa época del año no lo tenía. Así que mi mamá, llamo a Buenos Aires para que le enviaran el libro. Por suerte las madres siempre entienden de las urgencias de las hijas. Y un par de días después el libro estaba en mis manos.
Un libro pequeño desde donde Juan Pablo Castel, un pintor que escribe su propia historia, empieza confesando que es el responsable de la muerte de María Iribarne.
Durante años Castel y Maria vivieron en mi memoria. Sobre todo esa ventanita que en la que nadie se fijaba pero que demostraba la soledad y la espera del personaje. “El Túnel” lo aprendí casi de memoria, lo ame, lo releí durante años, y siempre sentí que descubría algo más.
Luego de leer las dos novelas  solo  quedaba esperar la llegada de “Abbadon, el exterminador”, y mientras esperaba me dedique a saber más sobre él.
Conseguí sus otros libros y de ahí en más todo lo que lo mencionara estaba y está en mi biblioteca.
El “Romance de la muerte de Don Juan Lavalle”, grabado con su voz. Conferencias que mis propios amigos grababan para mí. Recortes de diarios. Algunas de sus pinturas.
Y siempre ese recuerdo de saber que él cambio mi mirada sobre la escritura y sobre la literatura en si.
Mi admiración hacia él quizás no me permita ser sumamente objetiva, pero si puedo decir que su obra tiene mucho que ver con su vida, con su pasado. Una historia dura y difícil en aquellos tiempos. Tal como llevar el nombre de su hermano fallecido y saber que el dolor lo iba a acompañar siempre, porque eso era no permitirle disfrutar de su propia identidad.
Sus otros libros donde relaciona la física, la ciencia y el pensamiento, analizando situaciones de la gente. Luego vendrían sus pinturas que también hablan de su dolor interno.
Años después escribiría sus memorias en “Antes del fin”, y  el ensayo “Resistencia”.
Pero no debemos olvidar el prologo del libro  “Nunca Mas” de la Conadep. Ese informe sobre nuestra historia más negra, los desaparecidos.
Una sola vez me cruce con él, pero fue tal mi sorpresa que solo pude saludarlo con un cálido “buen día”  y seguí sin detenerme sin  decirle lo que lo admiraba o  pedirle una nota o un autógrafo, en realidad no creo  en la banalidad de los autógrafos.
Se lo acuso y acusa de haber almorzado con Videla y de estrecharle la mano. Quizás deberíamos darle el beneficio de la duda de creer que el no sabia lo que estaba pasando  (antes no existía esto de enterarse en el momento lo que estaba ocurriendo).
La gente puede quererlo o no. Puede conocer su obra o ignorarla. Ser simplistas y solo hablar de generalidades sobre sus libros. Lo que no se puede  ser es descortés  con alguien que creo parte de nuestra literatura y que camino por los pasajes de nuestra historia en los momentos más oscuros. Enfrentándose, desde las letras, a ellos. Algo que muchos detractores de hoy no se animarían a hacer.
Pero para tratar de ser ecuánimes, también habría que darles el beneficio de la duda a los que hoy no lo entienden, porque al no haber leído su obra en aquellos momentos,  pierden la relevancia que tenía leer a ciertos autores en momentos tan críticos. Pero además, tendrían que conocer el simbolismo escondido detrás de las palabras. 
No los acuso. Eso tiene la juventud, no haber vivido los días más tristes de nuestra historia y juzgar desde el presente el pasado de alguien; desde este presente sin censura. Sin embargo, hoy como hace casi 40 años, sigue despertando las mismas discusiones entre todos. Tendría que decir que ha logrado su objetivo. El hacer que la gente piense y se exprese sin miedo.  El disenso suele ser bueno para el crecimiento intelectual.
El problema que tenemos es que siempre olvidamos el pasado, y cuando lo recordamos lo hacemos con tanta injusticia que a veces ofendemos la memoria de los otros.
Por eso hoy, con mis 50 pasados, solo quiero recordar lo que sentí y viví en mis 14, cuando leer, pensar y opinar no era tan fácil.
A usted Don Ernesto, solo le digo Adiós.



Nilda Gallegos Nelson


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